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BLOG: Experiencia de una mami azul

  • Foto del escritor: Gaby Alvarez
    Gaby Alvarez
  • 3 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Soy la madre de un niño de 5 años, M., que desde pequeño miraba hacia el infinito como si tuviera acceso a un mundo secreto y fascinante. Mi historia es parecida a la de muchas familias con hijos autistas. Llego mi pequeño milagro, iba creciendo con aparente normalidad, con algunas peculiaridades; señales tempranas del TEA. Pero entonces no podía saberlo. Era un bebé increíblemente risueño, aprendió sus primeras palabras y disfrutaba recibiendo amor. ¿Cómo podría haber pensado que algo no iba bien, si tenía la risa y la mirada mad alegres del mundo?


Como en tantos casos, hacia el año y medio mi pequeño empezo a recogerse en su mundo interior. Se volvió asustadizo y sus palabras se escondieron. No quería bañarse ni tumbarse, le sobresaltaba cualquier sonido, su mirada dejo de cruzarse con la nuestra. Poco a poco dejo de hablar, de responder a estímulos, se sumergió en el silencio y en sus acciones torpes y repetitiva. Y ahí empezó la vorágine. Estudio de neuropediatría, “retraso del desarrollo neurilógico”, inicio de las terapias. de esa primera fase, lo que más recuerdo es la soledad, cómo llegue a cuestionarme por no ser capaz de enseñarle hablar, a comer, a jugar; a pesar de que no era mi primer hijo. Y, sobre todo, la dureza de las miradas de otras mujeres cuando le llevaba en brazos llorando y no le calmaban ni los besos ni mis palabras. Con 27 meses llegó el inmenso alivio del diagnóstico y la explicación. Se sucedio un año duro peleando por todos los apoyos posibles.


Quiero contaros que han pasado tres años y mia días están llenos de alegrías. Mi pequeño me enseña cada día lo que es un corazón puro y me da ejemplo con su voluntad y su espíritu. Si ahora le vierais disfrutar de la vida, aprender y comunicarse, os resultaría difícil creer que existió un tiempo en el que no podía expresar, entender, o jugar.


Quiero haceros una promesa: nuestros hijos van a ser felices y a llevar una vida plena. sé que es lo que asusta en los primeros momentos de incertidumbre. Pero un buen día, tu propio hijo en su felicidad sencilla te proporciona esa certeza. Escuchad a vuestro instinto, buscad diagnóstico, los profesionales y apoyos que consideréis que necesitáis. Y sabes que nunca estaréis solos. Aquí estaremos, para arroparos, todos los que transitamos o conocemos este camino.


Marta, mamá de M.




 
 
 

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